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Cibercultura en la investigación. Intersubjetividad y producción de conocimiento.


 

Revista TEXTOS de la CiberSociedad
ISSN 1577-3760 · Número 3 · Temática Variada
Cibercultura en la investigación. Intersubjetividad y producción de conocimiento.

Por: Luis Jesús Galindo Cáceres

 

Para citar este artículo: Galindo Cáceres, Luis Jesús, 2003, Cibercultura en la investigación. Intersubjetividad y producción de conocimiento., Revista TEXTOS de la CiberSociedad, 3. Temática Variada. Disponible en http://www.cibersociedad.net

(…) Las relaciones humanas se complejizan, el tiempo y el espacio de la vida se amplifican, más cosas suceden con más gente involucrada. Muchos perciben y se perciben, muchos interactúan, la información circula, se modifica, se critica, se analiza, se sintetiza. La cibersociedad tiene mayor capacidad de autoorganización y creación, por la multitud de interacciones y acciones. La cibercultura de investigación es uno de los caminos hacia este escenario. Los investigadores de hoy son agentes promotores de estas situaciones. La nueva cultura de investigación modifica la cultura con mayúsculas, modifica la vida social, cambia al mundo, crea nuevas condiciones de lo posible, hace que lo posible venga a nosotros y que nosotros percibamos más posibilidades. 

 

INTRODUCCIÓN / RESUMEN

El texto se compone de tres partes. En la primera se desarrollan los conceptos de cultura y cibercultura de la investigación como dos cosmovisiones complementarias y opuestas para entender el oficio y la organización de la investigación contemporánea y hacia el futuro. En la segunda parte se proponen tres constructos metodológicos, el de sistema de información, sistema de comunicación y sistema de conocimiento, como bases constructivas para una nueva ecología de investigación donde la interacción y la dimensión colectiva del saber operan técnica y metodológicamente en la formación de las comunidades de investigación. Y en la tercera parte, se desarrolla con brevedad un apunte de las necesidades tecnológicas y metodológicas de la construcción de información y comunicación para la emergencia de nuevos y más complejos sistemas de conocimiento.

 

 

Abriendo

Las cosas cambian o nosotros las cambiamos. Es un poco de ambas situaciones. El movimiento en un sentido viene del exterior, algo nos afecta, nos estimula, nos ordena, nos programa, nos condiciona. Y en otro sentido viene del interior, un impulso hacia la creación, la rebeldía, el conflicto, la negación, la emergencia. En las últimas generaciones este ha sido el escenario de la investigación, unos repiten, copian, duplican, lo que otros hacen, son modificados por el exterior. Y algunos, no muchos, promueven la diferencia desde su comportamiento excéntrico, contestatario, innovador. Hoy las cosas están en cambio una vez más, pero no en el escenario anterior, algo ha pasado que el mundo está siendo conmovido por una vibración que habrá de revolucionarlo en cuanto el ritmo se sincronice, la palpitación aumente, y la onda que la manifiesta cubra un mayor espacio social. La intersubjetividad está reorganizándose. El movimiento viene de muchos puntos, de diversas configuraciones, y el resultado es el aumento de la conectividad entre todos, la intensificación de las interacciones y las conexiones, el enriquecimiento de los vínculos, la conformación de una cosmovisión comunicativa que integra, incluye, complejiza. Nada será igual después, los individuos-colectividad que se mueven dentro de está nueva forma de composición-organización se moverán más rápido, con mayor creatividad, transformarán todo lo que toquen. Ese mundo ya está aquí, todos formamos parte de el. 

 

I. Cibercultura y cultura de Investigación

Para un nuevo mundo nuevos conceptos, para un mundo por venir nuevos conceptos para percibirlo y construirlo, para nuevos conceptos un poco de novedad, de sorpresa, pero también un poco de tradición y sentido común, y para redondear una forma que exprese ambos componentes, lo nuevo y lo viejo en una unión que favorece el tránsito de los límites a las posibilidades. Así surge el concepto de cibercultura, construido por el ya tradicional y complejo de cultura, y la perspectiva innovadora del no menos complejo y más técnico de cibernética. Al unir cultura y cibernética surge el concepto de cibercultura, que ya naciente requiere de una primera definición, de una primera coloración de su fondo y su textura, para mostrar su aportación, su diferencia, su necesidad.

Cultura viene del latín, su primera significación es la de cultivo, agricultura, instrucción. Se compone de la raíz cultus, que significa cultivado, y +ura , que significa acción o resultado de. De ahí el sentido de acción o resultado de cultivar. Y cultivare, verbo latino, significa mejorar y preparar la tierra para que crezcan las plantas. También connota el cuidado en general de las plantas, y la idea de promover y refinar. El concepto viene entonces de un mundo agrario que construye sus sentido con la imagen del trabajo de la tierra, que requiere conocimiento y labor práctica eficiente, para la obtención de un resultado altamente deseado de alimento, herramienta y belleza.

Cibernética por su parte viene del griego y de algún otro fondo indoeuropeo no del todo claro, y asociado al mar, a la navegación, otro oficio básico de la civilización humana. Kibernetes significa piloto, gobernador, Kibernán, timonerar, gobernar, guiar. Cibernética, concepto del siglo veinte, significa estudio de los procesos de mando en sistemas electrónicos, mecánicos y biológicos. A los cuales se puede agregar el de los sistemas sociales y algunos otros. El centro de la noción es el orden comandado, la explicitación de las ordenes que gobiernan un sistema, de la estructura que dirige el movimiento de un aparato. Responde a la pregunta por el conocimiento de lo que compone y organiza, de lo que opera y ajusta, de lo que actúa y aprende.

Y de ahí una primera noción de cibercultura. Acción de mejorar, preparar, cuidar, promover, a los sistemas de conocimiento, instrucción, saber, a partir del estudio de los procesos de mando, gobierno, y guía de esos sistemas. Y en ese sentido una posible propuesta es, estudio de los procesos de mando en los sistemas que mejoran, preparan, cuidan, promueven, al conocimiento, la instrucción, el saber, la construcción, de la vida social, biológica, y mecánica.

La diferencia específica del sentido de la cultura y la cibercultura es la reflexividad, la cultura busca sistematizar conocimiento y competencia práctica en la acción para ciertos fines sociales. La cibercultura busca lo mismo, pero con el énfasis en la mirada en los componentes de orden y organización, no sólo busca conocimiento y competencia, sino la estructura y orden que los sustenta. La cibercultura es una metacultura que incluye a la cultura y la reorganiza. Este es el aspecto central que interesa enfatiza aquí.

Existe una cibernética de segundo orden que es estrictamente reflexiva, que busca mirar a la mirada, estructurar a la estructura, organizar a la organización, sistematizar al sistema, ordenar al orden, reordenar a la reordenación. Como tal siempre construye un segundo nivel de configuración sobre cualquiera otro para observarlo e intervenirlo en beneficio del sistema y en relación con su ecología. La cibercultura se funda en esta cibernética de segundo orden, propone como guía la reflexividad constructiva, creativa, configuradora. En ese sentido tiene una dimensión estética y epistemológica al tiempo que metodológica e instrumental.

La cultura de investigación refiere a todo aquello que puede ser incluido en una configuración de trabajo de indagación, en tanto lo ha construido y lo permite, condiciona, produce. Tiene una connotación de código. Todos los llamados o autonombrados investigadores poseen una cultura de investigación, la que tienen, la que les permite hacer y pensar lo que entienden y perciben como su oficio. La cibercultura de la investigación incluye esta situación y la configura en un espacio tiempo reflexivo, los investigadores miran su oficio, lo sistematizan y lo reorganizan, lo intervienen, lo mejoran, lo complejizan. ¿Cómo?, abriéndose como sistema de conocimiento y de acción práctica, nada les es ajeno, de todo aprenden para reordenar su oficio, todo conocimiento tiene un elemento constructivo que puede ser agregado o integrado al oficio de investigación. En todas sus acción siempre tienen por lo menos una doble dimensión en juego, la que dirige sus pasos hacia el conocimiento del un objeto, y la que reordena sus visiones sobre los pasos constructivos del objeto. Esto adquiere su completa organización de complejidad, cuando se mira desde la colectividad, la comunidad de investigación reorganizándose en grupo, en comunicación y sistematización de información en redes que construyen circuitos y flujos de conexión entre todo los integrantes comunitarios. En el ámbito de la cultura de investigación la soledad es posible y la comunicación es un lujo. En el ámbito de la cibercultura de la investigación la soledad es un anacronismo raro y la comunicación es la forma cotidiana de vida .

II. Sistema de información, sistema de comunicación y sistema de conocimiento

La cibercultura está construida por tres dimensiones sistémicas, la de la información, la de la comunicación y la del conocimiento. Cada una tiene aspectos específicos y particulares, y se incluyen e integran en un todo en la acción reflexivo-constructiva general. En esta nueva configuración la clave se encuentra en los principios constructivos de contacto, interacción, conexión, vínculo y comunicación, todos ellos construyen un nivel de relación social, de lo más simple a los más complejo, de la situación en que sólo hay la posibilidad potencial de que algo suceda por la presencia de condiciones que lo favorecen en lo mínimo, el contacto, hasta la interacción compleja entre entidades que se reconocen, asocian, y se comprometen en formas creativas, afectivas y enactivas de vida social. Para que estos principios constructivos operen, tengan lugar, las tres dimensiones sistémicas necesitan estar presentes, y de su complejidad y eficiencia depende en mucho el logro de la cibersociedad resultante.

La información es la primera dimensión del esquema cibercultural. En ella se realiza la figura cognitiva del la representación, de la configuración espacial del mundo en una imagen cifrada en símbolos, en lenguaje. El mundo como representación es la información como condición. Todo se puede representar, sólo se necesitan los elementos para hacerlo, con una base lógica, lingüística, y hoy también informática. Todo lo que vemos, todo lo que percibimos, todo lo que sabemos, todo lo que puede aparecer frente a nuestra percepción, memoria e imaginación, todo eso, puede ser representado en un sistema de información. El mundo es información para los seres humanos, no existe sino como información, de diversos materiales y sentidos, y todo ello es formalizable en sistemas tendientes a una síntesis matemática. Y entonces el pensamiento racional-analítico construye taxonomías, arma clasificaciones, ordenes, tipos, clases, campos, y con ello percibe el orden del cosmos y lo sintetiza en formas en el espacio, en esquemas, en modelos, en símbolos apreciables y comprensibles por medio de lenguaje natural y algunos componentes formales más. Acercarse al mundo es representarlo de alguna forma, y ahí los sistemas de información son el instrumento básico y elemental.

El conocimiento como información es fácil de entender, todo lo móvil se reduce a la inmovilidad de una categoría, de un dato, de un ítem, y la mente lo analiza o sólo lo percibe como algo que representa, que está fijo, estable, textualizado. La comunicación pone en movimiento a esa estructura cifrada, regresa al mundo vivo y presente la percepción, la vocación de pasado y de orden permanente de la información se trastoca por el sentido del flujo de lo que siempre está en cambio, en movimiento, en emergencia. Los seres humanos interactúan y con ello se pueden llegar modificar en un contacto, en un intercambio de turnos, en una serie de conversaciones, de charlas, de momentos de mutua estimulación. Y entre más grande es el ámbito de inclusión en el fenómeno de la mutua afectación mayor es la dinámica de la transformación, unos afectan a otros que afectan a otros que afectan a los unos que afectan a otros que afectan a otros. No es posible seguir el registro de todo los que sucede, va al ritmo del movimiento vital mismo, y en tanto las interacciones aumentan y las afectaciones se multiplican la comunicación es un fenómeno que coincide con la vibración misma de la vida social en actividad emergente y constructiva. Y de todo ello se pueden hacer representaciones parciales, momentáneas, que ayudan a sistematizar lo que va sucediendo, nunca al mismo tiempo que sucede, pero si cerca de su momento creativo. Ahí los sistemas de información se asocian al flujo cognitivo de la creación comunicativa. Y al tiempo es posible ir representando los sistemas que permiten esa interactividad, los sistemas de comunicación. Y al tiempo es posible proponer nuevos modelos de interactividad, sistemas de comunicación. Y de esta manera la comunicación se ayuda de la información para mejorarse y ajustarse, y la información se genera a partir de la actividad producida por formas interactuantes y constructivas.

Los sistemas de conocimiento están por encima de la información y la comunicación, las incluyen y al mismo tiempo parten de ellas, no existen sin ellas. El conocimiento es un orden de información y comunicación de segundo orden, es síntesis al tiempo que flujo sintetizador. Es la forma sistema que ordena a la vida social desde eso que se llama mentalidades, epistemes, formas culturales mayores, continentes de lo macro, lugar y tiempo donde se sedimenta todo el fluir humano, donde se concentra, donde se organiza es sus formas más claras y contundentes. Los sistemas de conocimiento son el orden subjetivo de los sistemas sociales, son la perspectiva de representación (información)-creación (comunicación) de todo lo que aparece en el mundo social, de todo lo que ha aparecido, y de todo lo que puede aparecer. Son el corazón de la mirada que percibe y entiende gracias a la síntesis que le dona vivir en un momento de la historia. Son la mirada del mundo mirándose desde las miradas particulares de los actores miembros de una época. De ahí que la cibercultura se mueve también en dirección de los sistemas de conocimiento, y trata de hacerlos visibles, para mejorarlos, para intervenirlos, gracias a las competencias de la información y de la comunicación. Y ahí las redes humanas interactuando se miran mirando y construyen los sistemas de información que necesitan para ver mejor, y los sistemas de comunicación que necesitan para fluir mejor sus visiones y poder construir entre todos los sistemas de conocimiento que permiten más y mejor visión del cosmos, vivir en una complejidad en aumento gracias al enriquecimiento del poder de la inteligencia y la percepción.

La cibercultura de la investigación promueve todo este movimiento reflexivo-constructivo, la formación de mejores sistemas de comunicación que mejoren la configuración de mejores sistemas de información, que en juego promuevan mejores sistemas de conocimiento. Todo en un movimiento hacia una mayor complejidad del sistema social que se mira mirando creando, cada vez con mayores talentos de percepción y organización, inteligencia que abre posibilidades y construye opciones que derivan en más posibilidades y opciones. Una sociedad-red de alta percepción y constructividad reelaborándose en cada momento rumbo a un horizonte indeterminado de mayor complejidad.

III. Metodologías y tecnologías de información y comunicación en la construcción social del conocimiento

En todas las épocas y regiones han existido sistemas de conocimiento, formas sintéticas de guía de la acción cifradas en formas discursivas religiosas, pedagógicas, artísticas, y otras. Ellos muestran la organización simbólica explícita o más o menos explícita de un mundo social general. En ocasiones cubren la casi totalidad del espacio simbólico de una formación social concreta, a veces sólo lo hacen en forma parcial pero determinante.su alcance.  Hay sistemas de conocimiento que han tenido una continuidad por siglos, por generaciones, cubriendo grandes extensiones de territorio, geografías casi continentales. Otros han durado menos y han impactado un espacio menor. Todos han sido sintetizados a partir de sistemas de información ya existentes, todos han tomado su lugar gracias a los sistemas de comunicación a su alcance.

Los sistemas de conocimiento han sido sintetizados en forma técnica, y han sido difundidos en forma técnica, su mayor o menor importancia ha dependido de la relación entre su configuración y el uso social a partir de esa configuración. Esto marca hoy una enseñanza que aquí se asume y se trata de explicitar. Por una parte es necesario un marco metodológico-tecnológico para promover la capacidad de síntesis de conocimiento sistemático, y por otra parte hace falta lo mismo, más aparatos y mediaciones que permitan su difusión y aplicación en un ámbito colectivo. Estas dos condiciones elementales son las que pueden ser desarrolladas por un programa Infometodológico y Comunicometodológico.

La mediología ha desarrollado un programa para indagar cómo fueron difundidas las mentalidades, las imágenes y las textualidades a lo largo de la historia humana. Las estructuras sociales especializadas fueron determinantes para ello, su tipo de organización y su capacidad de gestión y administración. Pero también fueron claves los instrumentos que utilizaron, las formas técnicas de registro, conservación, y distribución de la información, de las formas discursivas e ideológicas seleccionadas para ser orden elemental de la subjetividad social. Estos avances pueden ser complementados por la infometodología y la comunicometodología.

La infometodología y la infotecnología nos permiten concebir los programas actuales para construir los sistemas de información que las diversas prácticas sociales requieren, y con ello configurar la matriz sobre la cual es posible sintetizar los sistemas de conocimiento que necesitamos. La dimensión info implica el vector constructivo de la información, todo lo que hemos aprendido en colectivo sobre ella lo podemos aplicar en ordenes sintéticos y programáticos, la informática nos guía y nos impulsa, pero no sólo la actual sino la posible en una integración mayor de componentes no sólo racionales y analíticos, sino también emocionales, sensoriales e intuitivos. La estética también participa en este programa de manera central.

La comunicometodología y la comunicotecnología complementan la visión del proyecto. Se trata no sólo de representar al mundo, a los mundos, a las parcelas percibibles de ellos, sino de poner en contacto todos esos esfuerzos de construcción objetivadora en una matriz de interacciones y vínculos asociativos, sistemas de comunicación. En esto existe menos experiencia y propuesta, pero las guías pueden ser elaboradas a partir de un gran número de casos asilados en forma relativa y que juntos pueden aportar visiones mayores sobre lo que se puede hacer con la comunicación. Y de ahí organizar un programa de síntesis de sistemas de conocimiento a partir de la relación de lo diverso, lo plural, lo múltiple, lo heterogéneo, pero también lo comparable, lo asociable, lo relacionable, lo interaccionable . Existen pasos en esa dirección, la comunicación como punto de vista, como perspectiva tiene varias décadas entre nosotros, la cibernética ha sido su madre, la memética su ayudante. Las terapias, los programas de comunidad, de vecindario, de gremio, están ahí para enseñar mucho sobre como dialogar, escuchar, compartir. La iglesia, las organizaciones políticas, los grupos culturales, todos ellos también tienen mucho que mostrar y aprender.

Todo este cosmos metodológico y tecnológico en un sentido blando también tiene un referente duro que lo potencia y le da cauce, el de las tecnologías de información y comunicación en aparato y sistema mecánico-eléctrico. La informática y la telemática están montadas en ingenierías de diverso tipo que construyen aparatos de distintos formatos, desde computadoras, hasta satélites. Toda la infraestructura actual y por venir de las supercarreteras de información y la internet, son puntas de una configuración social que podrá ser más participativa, interactiva, constructiva, tendrá mejores condiciones para ello. Así entre la dimensión blanda del conocimiento y la dura, parece ser que nunca hubo más oportunidades que las actuales para ponerse en contacto, interactuar, crear, construir, en colectivo. Los sistemas de conocimiento por venir serán más horizontales, más heterárquicos, complejos, inteligentes, móviles, inestables. Y en todo ello el vector de la cibercultura es fundamental, y la dimensión cibercultural del conocimiento central. Nos movemos hacia otra cultura de investigación, hacia otra forma de entender y hacer la investigación, la construcción social-colectiva del conocimiento a partir de nuevas culturas de información y comunicación.

Cerrando

Tenemos la cultura de información que nos lleva a construir sistemas de información. Vivimos en un mundo donde pagar impuestos, pagar servicios, votar, hacer empresa, ordenar papeles, organizar recetarios, nos tiene ya dentro de hábitos y costumbres de sistematizar. Por otra parte tenemos práctica en ordenar bibliografía, clasificar datos, construir tipologías, para el desarrollo de nuestros proyectos de investigación. La información como constructo y guía de acción ya es parte de nuestra vida diaria de investigación. Y la comunicación tampoco nos es ajena. Tenemos sobremesas, conversaciones en un café o un bar, reuniones familiares, juntas de negocios, sesiones de grupo de trabajo, asambleas del sindicato, asistencias a congresos, listas de correo electrónico, grupos de discusión o de estudio en salas con sillas y mesas o en internet. Ya estamos en sistemas de comunicación. Lo que agrega la cibercultura de investigación es la dimensión enfática reflexivo-constructiva. Hacer los mismo que hacemos todos los días pero mirándonos y decidiendo si queremos seguir así o modificar nuestras prácticas y ecologías. Y el movimiento inicia y la evolución se enactiva. Nuestras necesidades de información se incrementan, para ello nuestras competencias y habilidades requieren un desarrollo técnico mayor. Nuestras necesidades de contacto y diálogo se intensifican, buscamos a otros para expresar nuestro punto de vista y requerimos respuestas, buscamos a otros para escuchar sus visiones y versiones de las cosas para incrementar nuestra percepción, para concertar propuestas comunes, programas colectivos y grupales de acción. Entonces las posibilidades constructivas de sistemas de conocimiento se multiplican. La información y la comunicación se hacen más necesarias. El uso de instrumentos y herramientas aumenta. El espacio social se articula con más y mejores vínculos y conexiones. Las relaciones humanas se complejizan, el tiempo y el espacio de la vida se amplifican, más cosas suceden con más gente involucrada. Muchos perciben y se perciben, muchos interactúan, la información circula, se modifica, se critica, se analiza, se sintetiza. La cibersociedad tiene mayor capacidad de autoorganización y creación, por la multitud de interacciones y acciones. La cibercultura de investigación es uno de los caminos hacia este escenario. Los investigadores de hoy son agentes promotores de estas situaciones. La nueva cultura de investigación modifica la cultura con mayúsculas, modifica la vida social, cambia al mundo, crea nuevas condiciones de lo posible, hace que lo posible venga a nosotros y que nosotros percibamos más posibilidades.

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Poesía, memoria y comunidad nacional Chile y Argentina en postdictadura. Alicia Salomone


  • Poesía, memoria y comunidad nacional Chile y Argentina en postdictadura
DOI: 10.5354/0718-9990.2011.10605

1 Universidad de Chile

Resumen

Este trabajo analiza, a través de un conjunto de textos poéticos de mujeres de Chile y Argentina, cómo se piensa la nación en el escenario demarcado por el tránsito que va desde los regímenes dictatoriales a las sociedades de las postdictaduras. Ello supone, por una parte, observar cómo se hace presente esa idea nacional entre aquellos miembros de la colectividad que, por motivos de género, clase y/o etnia, han padecido distintas exclusiones dentro de la comunidad imaginada o se han situado a distancia de las narrativas oficiales. Por otra parte, implica indagar en la relación que liga a la poesía con la reflexión sobre la identidad nacional, evidenciando que la poesía de mujeres, a la vez que genera nuevos lenguajes y estéticas, asume posiciones diversas frente a los distintos contextos de los cuales emerge. Para realizar este trabajo se consideraron textos de las poetas argentinas Diana Bellessi y Roberta Iannamico, y de las poetas chilenas Elvira Hernández y Alejandra del Río.

Palabras Claves

Memoria; Identidad Nacional; Poesía de Mujeres; Género; Postdictadura en el Cono Sur.

Abstract

This paper aims to analyze, through a series of poetic texts by women in Chile and Argentina, how nation was defined in texts produced during the military regimes as well as during democratic transitions. It means, first, to observe how the idea of nation is presented in the writing of persons who suffered exclusions within the imagined community or have located away from official narratives. On the other hand, it means to explore the relationship that links women’s poetry with reflections on national identity in a critical period. In this frame, we would like to demonstrate that, while generating new languages and aesthetics, women’s writing also assumes different positions regarding the context in which it emerges. For this study, were considered texts by poets Diana Bellessi and Roberta Iannamico, from Argentina, and by Elvira Hernández and Alejandra del Rio, from Chile.

Keywords

Memory; National Identity; Poetry of Women; Gender; South Cone during Postdictatorship

 

La comunidad nacional, el género-sexual y la poesía

 

¿Cómo podemos pensar la nación en el marco del doble desafío que suponen, por lado, el despliegue de la globalización neoliberal contemporánea y, por otro, la difusión de perspectivas postmodernas que cuestionan el valor de ese nexo simbólico que liga a quienes se congregan en países o regiones; y que, en el caso de los países del Cono Sur, vincula a un universo humano, ciertamente heterogéneo, que ha permanecido junto, al menos, por dos centurias de vida en común? Por otra parte, ¿cómo se hace presente esa idea nacional o regional en la escritura de aquellos miembros de la colectividad que, por motivos de clase, etnia o género-sexual, han padecido distintas exclusiones dentro de la comunidad imaginada o se han posicionado a distancia de las narrativas construidas desde los núcleos que detentan el poder social y simbólico? También, ¿cuáles son las herramientas que pone en juego la poesía y cuáles sus tretas en los albores del nuevo milenio; cuál es el papel que quiere ocupar este género que la crítica hegemónica y el mercado, en buena medida, dejan al margen? Y finalmente, ¿cómo podemos pensar la relación entre poesía y comunidad nacional desde una producción, como lo es la poesía escrita por mujeres, que suele transitar por los bordes del canon cultural y literario?

 

Desde estas preguntas, me interesa indagar cómo ciertas escrituras de mujeres de Chile y Argentina crean lenguajes, que, a la vez que dan cuenta de configuraciones estéticas particulares, suponen tomas de posición frente al contexto de producción del cual emergen, y que, en el caso que estamos considerando, anclan en el período postdictatorial. Debo decir, por otra parte, que con este concepto aludo a ese largo ciclo histórico que se inicia con las dictaduras de los años 70 y que se prolonga hasta la actualidad. Período al que me parece pertinente observar de conjunto, no por disminuir el papel que tuvieron las transiciones democráticas tanto en lo que concierne a la recuperación de las libertades públicas y derechos políticos como a los intentos por hacer justicia respecto de las violaciones de derechos humanos, sino porque cada vez queda más claro que la vuelta a los regímenes constitucionales, incluso considerando las diferencias que se advierten en cada país, no representó un quiebre radical frente al proyecto de sociedad impuesto por los militares, cuyas líneas estructurantes, sobre todo en lo económico y social, en buena medida, fueron mantenidas por los nuevos gobiernos.

 

Observando el mismo escenario desde el campo de la literatura, el crítico brasileño Idelber Avelar (2000) ha propuesto una hipótesis productiva en la que sostiene que ciertas textualidades producidas en la postdictadura, a contrapelo de las incitaciones estatales y las demandas del mercado globalizado, no pueden ocultar su huella postraumática. Una condición que se deja ver mediante la incorporación reflexiva, en el sistema de determinaciones de los textos, de la derrota inflingida por las dictaduras a los proyectos de transformación radical que se impulsaron en la región entre finales de los años sesenta y comienzos de los setenta. Desde esta condición intempestiva, entonces, ciertos textos resultan inasimilables a la lógica dominante en la medida que se resisten a circular como productos de una memoria sin restos ni fisuras, «memoria de mercado» la llama él, que genera lo nuevo desde un descarte de lo viejo, apuntando, en cambio, hacia un pasado que exige una reposición. De este modo, retomando las propuestas benjamineanas relativas al impacto que una historia traumatizada genera sobre la capacidad y las modalidades de la narración, afirma: «la mercancía anacrónica, desechada, reciclada o museizada, encuentra su sobrevida en cuanto ruina» (Avelar, 2000: 14).

 

Por su parte, la poeta y crítica argentina Alicia Genovese (2010), refiriéndose a la inscripción literaria de este tipo de memorias, contrasta las posibilidades que entregan los llamados géneros referenciales, como los testimonios, los diarios íntimos o las cartas, con las que ofrece la producción poética. Al respecto, sostiene que si aquellos géneros han resultado fundamentales para instalar las demandas de justicia en el Cono Sur y, asimismo, para apoyar los argumentos que a estos mismos fines se levantaron desde las ciencias sociales o la historia, sin embargo, tampoco puede dejar de advertirse que los discursos testimoniales siempre traslucen aporías o lagunas, evidenciando que hay algo que no puede ser dicho y que, por ende, necesita ser recuperado desde sus silencios. Por su parte, la poesía, al eludir la literalidad o referencialidad directa, en la medida en que la imagen se articula desde lo oblicuo y lo sesgado, permite vincular las percepciones inmediatas con otro cúmulo de estratificaciones de sentido, y, por esa misma vía, abre el deseo hacia una deriva de la subjetividad, hacia su reflexión o cambio de dirección, dando espacio a todo un potencial de proyección y afirmación de futuro. Como si mirar de costado la muerte o la sordidez de la prisión, dice Genovese, hiciera posible, al mismo tiempo, conectarse con el enorme reservorio vital que subyace en la existencia humana y que, sin embargo, es pocas veces percibido (Genovese, 2010: 70).

 

Como mencioné antes, mi interés se concentra en la labor poética de una serie de escritoras de Chile y Argentina, particularmente, en cómo se pone de manifiesto en sus textos aquella resistencia o residuo indigerible a que se refería Idelber Avelar; el que, desde Alicia Genovese, también deberíamos pensar como una posibilidad de resilencia, entendida ésta como la capacidad humana que hace posible sobrevivir a las más difíciles circunstancias de la vida e incluso salir fortalecidos y transformados por ellas1.Esto supone, a su vez, dar cuenta de la confluencia de dos dimensiones que se entrecruzan en las escrituras. Por un lado, desde su conexión con la memoria política, los textos que analizaré pueden ser leídos como representaciones acerca de los avatares de la comunidad nacional en un período crítico, donde se pone en tela de juicio la capacidad inclusiva del concepto de nación, pero donde, a la vez, pueden emerger configuraciones alternativas. Por otro lado, desde su clivaje sexogénerico, los textos del corpus permiten observar una tensión frente a los códigos androcéntricos que desde el lenguaje penetran en la cultura, entendida desde Raymond Williams como «totalidad de la vida» (Williams, 2001: 10), condicionando la constitución de las identidades y subjetividades. Ahora bien, desde mi perspectiva, ambas dimensiones están relacionadas en estas escrituras y, por eso mismo, operan conjuntamente, modelando las respectivas revisiones críticas de la memoria y los discursos identitarios.

 

 La comunidad en disolución: Bandera de Chile (1981) y Tributo del mudo (1982)

 

Elvira Hernández, en Chile, y Diana Bellessi, en Argentina, producen dos textos poéticos, en 1981 y 1982 respectivamente, que son expresivos de eso que, en palabras de Raymond Williams (1980: 150-158), podríamos definir como una «estructura de sentimiento» común. La que se plasma no sólo en estéticas que guardan estrecha afinidad sino en visiones de mundo coincidentes, que dan cuenta de la experiencia límite vivenciada por las hablantes durante los años duros de las dictaduras militares de nuestros países, cuya ferocidad represiva, más temprano o más tarde, según el caso, abrió paso a la imposición del neocapitalismo contemporáneo.

 

Esa política siniestra, sin embargo, no logró desactivar en ciertas personas la necesidad de ofrecer respuestas ante esas crisis nacionales, y ello se hace particularmente visible en el caso de Bellessi y Hernández, quienes toman en sus manos una tarea casi imposible: la de instalar un lugar enunciativo que, apelando a complejas estrategias, no sólo logra eludir la voracidad mortífera del terrorismo de Estado sino que hace posible la rehabilitación de un habla (rebelde, crítica, popular) que había sido violentamente confiscada. Ello les permite, por una parte, enunciar una palabra poética que, a la vez que deja asentado un cierto testimonio político, se interna en la búsqueda de un nuevo lenguaje representacional. Y, en ese mismo gesto, visibiliza a un sujeto femenino que se pronuncia contra los múltiples autoritarismos acoplados a los que se ha visto sometido, sean éstos de índole política, social y/o sexo-genérica. Así, tomando la proposición de Germán Cossio (2008) en un estudio reciente sobre las autoras, se puede afirmar que los textos de Bellessi y Hernández van dando forma a una auténtica «poética de la crisis», que logra poner en escena las torsiones que sufre el lenguaje cuando es sometido a constreñimientos brutales, a la vez que deja a la vista las posibilidades expresivas de las «hablas políticas» que ambas poetas instalan2.

 

Como afirma Jorge Monteleone (2002), leyendo la poesía argentina de los años ochenta desde un argumento que también es válido para Chile, no hay duda de que la dictadura trastornó la discursividad social y el régimen de la mirada, impactando hondamente en el lenguaje de la comunidad, el que de algún modo se vio comprometido con la lógica imperante de persecución y de silencio. La poesía escrita en esos años, dice Monteleone, debió trabajar con esa lengua culpable y desde allí opuso una resistencia que se afincó en la reconfiguración de la mirada y de su capacidad enunciativa, dando forma a una estética crítica; la que traspone a la escritura un ojo concentrado hasta tal punto en la observación de los objetos que llega a producir la ilusión de transformar a la poesía en su propio objeto.

 

No es casual, entonces, que la dimensión visual de la palabra cobre tanta importancia en los textos de Hernández y Bellessi, lo que se evidencia, en el primer caso, en el particular despliegue estratégico que asumen los grafemas dinámicamente instalados sobre el soporte textual, y que se manifiesta de modo inverso en Tributo del mudo, aunque con el mismo énfasis desestabilizador, mediante un juego de aquietamiento y fijación observante en los objetos cotidianos, que reduce al mínimo el movimiento y la intensidad sonora de la palabra, a la vez que tonaliza en rojo sangre la mirada que se posa sobre el entorno. Estas dos perspectivas, por otra parte, no pueden sino remitir a unas hablantes que perciben los peligros que se ciernen sobre ellas y también sobre las comunidades en las que se referencian. Al respecto, dice Bellessi:

 

 

En el profundo silencio de la noche

cae una rama pequeña;

 

reposan los pensamientos

y el sonido se hace audible

en avalancha

 

Me uno al coro.

 

Una polilla

crepita en la llama de la lámpara (Bellessi, 2009: 176)

 

(…)

 

Navegábamos por un mar de arena.

El sol, espectralmente rojo teñía la aureola

De polvo que seguía a la nave. Un cielo de oro

Sin una nube, sin un pájaro dándole vida (Bellessi, 2009: 185)

 

Como ha explicado Monteleone (2002), Tributo del Mudo asume un proyecto discursivo que desplaza el uso de un lenguaje degradado para materializar el vacío en que había caído la significación. Desde allí, desfamiliariza el mundo perverso en el que surge la escritura, operando desde un movimiento de ida y vuelta entre el ojo y el objeto que termina por producir una resignificación del entorno cotidiano. Se trata de una praxis que concentra su ejercicio en la captura del detalle, y que posibilita reapropiar el espacio textual, redefiniéndolo como el lugar donde aun cabría esperar cierta misteriosa epifanía, como sugiere en una entrevista la propia Bellessi3.

 

Ahora bien, junto con esa estrategia de extrañamiento frente a una lengua común que se ha tornado extraña, el texto también pone en acto otro tipo de modalidades enunciativas, particularmente el desplazamiento del discurso desde el cronotopos en el que se encuentra instalada la hablante a otro muy distante en términos del tiempo y del espacio, como es la sociedad de la antigua China4. Mediante este artificio, la hablante puede acoplar una discursividad crítica, tanto en términos políticos como de género-sexual, refractándola sobre un escenario aparentemente muy alejado de la realidad propia. De este modo, ella logra iluminar indirectamente su contexto en un movimiento que entrelaza su voz con otras voces que traslapan su protesta desde aquel escenario distante hasta el lugar en que está instalada la hablante, instalando alianza que se textualiza, de manera alegórica, en las figuras duplicadas de la hablante y la fugitiva, y en la del río. Esta última, una imagen que condensa una multiplicidad de significaciones, donde se unen, por un lado, una semántica femenina que deriva de la condición acuática del río, y por otro, una simbólica que lo define como un espacio liminar, de tránsito y frontera. Un lugar móvil en el que se pueden vincular, como en un presente continuo, las dos mujeres mencionadas en el texto: la fugitiva, escapando a través del río Amarillo, y la hablante, también perseguida, ocultándose en algún rincón ignoto del Delta del Paraná, en la Argentina.

 

 

El río,

el río avanza

sin volver a remontar sus aguas,

como vos,

señora fugitiva,

los hombros apoyados

en el respaldar de madera,

y un libro de pinturas

sobre el regazo (Bellessi, 2009: 159)

 

La Bandera de Chile, por su parte, construido desde una dicción abiertamente polémica, en la que la ironía cobra un papel central como estrategia de enunciación, procede desde una puesta en escena diversa de la del texto anterior, haciendo eje en lo que Germán Cossio ha llamado un ejercicio de violencia simbólica sobre el lenguaje oficial (Cossio, 2008). Un procedimiento a través del cual la hablante se toma la palabra para llevar a cabo una impugnación explícita de los pilares ideológicos del discurso militar-patriarcal chileno, mediante el cuestionamiento de su nacionalismo conservador y excluyente, tanto en términos políticos como clase social y de género-sexual. De este modo, operando sobre el soporte textual como sobre un espacio a ser disputado palmo a palmo al enemigo, el poema de Elvira Hernández da curso a su particular apropiación del pabellón patrio: a su «toma de la bandera», tal como nos dice el poema en una dedicatoria probable a los pobladores de la barriada homónima que se insinúa en el texto. Un signo que la crítica chilena Karem Pinto (2008) lee como la materialización de la alianza simbólica que el poema establece entre una sujeto-mujer que se apropia de su voz y de su cuerpo, y un sujeto social emergente, el movimiento poblacional, que en 1980 irrumpe en el espacio público en abierto desafío al autoritarismo militar5:

 

 

                No se dedica a uno

                                               la bandera de Chile

                se la entrega a cualquiera

                                               que la sepa tomar.

 

                                                               LA TOMA DE LA BANDERA (Hernández, 1991, s/n)

 

Así, instalada en esta política insurreccional frente a los signos, que se textualiza de múltiples formas en el espacio de la página: con hoyos y silencios, con indicaciones de movimiento, con reiteraciones léxicas de sentido irónico, con duros sarcasmos y hasta figuras grotescas, la hablante se hace cargo de esa imagen-sinécdoque de la patria, la bandera, con el objeto de arrebatarla a las manos militares y de resignificarla como el símbolo más representativo de la marginación social, política y sexo-genérica de las grandes mayorías, a la vez que como el emblema por excelencia de una resistencia que de ahí en más ya no sería acallada. En este escenario y apelando a esta voz poética enrarecida, ella hablará para (re)presentar a una otrabandera de Chile, la de los perseguidos y humillados, quienes suelen semantizarse en femenino, al igual que el sujeto-mujer. Bandera que la hablante exhibe como la contracara siniestra de esa tela prolija que es forzada a acompañar los actos oficiales, y que, en el final del poema, termina optando por el silencio, asumiendo a éste como el modo más radical de resistir ante un lenguaje culpable que, sólo en su negatividad resistente, en sus huecos (como se trasluce en la disposición gráfica del texto), deja fluir todo su potencial contestatario:

 

La Bandera de Chile no se vende

                   le corten la luz la dejen sin agua

                   le machuquen los costados a patadas

La Bandera tiene algo de señuelo que resiste

                   no valen las sentencias de los jueces

                   no valen las drizas de hilo curado

 

 

La Bandera de Chile al tope                                          

(Hernández, 1991: 30)

 

(…)

 

La Bandera de Chile es usada de mordaza

                   y por eso seguramente por eso

                   nadie dice nada

 

 

La Bandera de Chile declara                dos puntos

                                           su silencio                 

(Hernández, 1991: 33-34)

 

La comunidad en recomposición: Santiago Waria (1992) y El jardín(1993)

 

¿Qué ha ocurrido con estas poetas que han logrado sobrevivir a la hecatombe?, ¿cómo reconfiguran la comunidad tras la derrota y el derrumbe de los proyectos colectivos?, ¿cómo la nombran, y se nombran, en un escenario en que el neoliberalismo y sus secuelas teóricas parecen poner dificultades insalvables al rearmado del tejido social, negando cualquier posibilidad de un proyecto futuro que ancle en la herencia de un pasado que se quisiera clausurado para siempre?

 

 Santiago Waria, el libro que Elvira Hernández entrega al inicio de la transición chilena, en 1992, ofrece ciertas claves para pensar esas interrogantes desde la experiencia de una sujeto que, al igual que la que había emergido en La Bandera de Chile, no duda en situarse a distancia de las incitaciones amenazantes que recibe desde  el poder. Un poder que, más allá del recambio de personal político operado con la vuelta a la democracia, y de los arreglos cosméticos con los que intenta camuflar su cara añeja, no puede ocultar su deuda con la dictadura que le dio origen, y que, en buena medida, permitió su consolidación. Frente a este nuevo emprendimiento transformista, sin embargo, la hablante se niega a bajar la guardia y, una vez más, asumirá una postura resistente y a cara descubierta. La que, en este caso, se visibiliza en el ejercicio impugnador de una voz proferida desde una trinchera poético-política que vuelve a posicionar a la ironía y al sarcasmo como las estrategias privilegiadas de su enunciación:

 

Recientemente ha llegado un comunicado a mi posición. […] Se me ordena levantar la Retaguardia y abandonar el armamento. […] Se me recomienda no ir a la zaga y visitar a la familia; conocer y reconocer un mundo que progresa día a día. Me aseguran que si me integro y firmo la tranquilidad no tendré problemas a la Derecha de Dios.

 

Mis armas son mi vida,

Elvira Hernández (poema «Zaga y final», s/n)

 

Armada con su dignidad y con apenas unas ropas pobretonas enfundándole el cuerpo, la hablante del poemario (a veces, Elvira; a veces Teresa, la sola, la vieja, la sabia: contracara del seudónimo que utiliza la autora y que funciona como otra figura que multiplica su voz)6 se lanzará a deambular por Santiago, la capital de un país que pareciera anhelar mirarse en una imagen próspera y moderna, que no registrara rastro alguno de un pasado conflictivo7. Esta imagen latente, sin embargo, nunca será convalidada en el discurso de la hablante, pues, por el contrario, lo que ella observará en su recorrido es una urbe que está entrando en una etapa nueva, y no menos tortuosa, de una historia centenaria. Una historia que es aludida en el mismo título del libro: Santiago Waria, 1541-1991; el que, tanto desde su doble registro lingüístico, el castellano y el mapuche, como desde su alusión al peso que el legado de la Conquista endosa sobre la actualidad, configura el referente trágico desde el cual el presente de la ciudad debiera ser pensado.

 

Por esas calles andará la hablante, delineando su trayecto, por lo general solitario y siempre auto-reflexivo, a través del cual descubrirá a la urbe y se reconocerá en ella, espejeándose en los múltiples fragmentos que le ofrece esta ciudad caída, poblada de seres vacíos y asediados:

 

 

[Santiago:]            

 

Alto contraste /

Estilo Callampero y Bursátil («Xerografía santiaguina»),

 

Robótica y Mendicante («Letras & Letrinas»),

 

Una ciudad que ha perdido toda señal de identidad, donde conviven sin contradicción el lujo del penthouse y la sordidez de la pelea callejera («Karate Kafkiano»), la Cityfinanciera el cité donde no se esconde la miseria («Poema Santiago Waria»). Un espacio en el que, sin embargo, la hablante aun escucha el murmullo de la presencia/ausencia de los que ya no están: sean éstos los mudos rostros mapuches que observan a Santiago waria desde el fondo de la historia o los espectros más recientes de los desaparecidos que también la rondan.

 

Así, auscultando la ciudad a contrapelo, desde una mirada sospechosa que persigue huellas y signos por entre los pliegues ruinosos de las formas llamativas y las frases altisonantes, la hablante irá poniendo una palabra cáustica en las llagas que aquéllas quisieran ocultar. Una praxis que ella profundiza con el registro recuperador de ciertos restos materiales, que han quedado adheridos a sus muros y veredas, y en los que todavía se dejan ver, como en un palimpsesto, las huellas fantasmales de aquellas figuras que, como las de los héroes muertos, se niegan a desaparecer de la superficie urbana. Rostros que, por el contrario, distinguiéndose entre los desechos que se acumulan cotidianamente, logran experimentar una sobrevida a través de la palabra de la hablante, como ocurre con la figura de Jécar Necme, el último asesinado de la dictadura:

 

 

El barrio «turco» vive de su última liquidación

Viven los caras duras viven los cara’e palo

                              ¡Jécar vive! (Poema «Santiago Waria», p. 39)

 

Como sugiere el análisis de Raquel Olea (Olea: 1996, s/n), lo que nos ofrece Santiago Waria es un texto-memoria de la individuación ciudadana. Desde mi perspectiva, no obstante, debiéramos radicalizar esta interpretación para pensar aquella experiencia como el proceso de construcción de ese sujeto crecientemente despojado de su poder ciudadano. Un sujeto que se constituye en el marco de una democracia flaca y de una sensación de vacío postmoderno que tiene poco de espontánea: «no es el vacío es el vaciado», dice la poeta en «Letras & Letrinas». Y es precisamente en este marco que el poemario indaga en la estructuración de un lenguaje, que, metonimizado en las letras del alfabeto que dan inicio a cada uno de los poemas (de la A a la Z), intenta dar algún sentido a los fragmentos de una historia que se resiste a ser narrada acríticamente, es decir, desde el aplanamiento de sus nudos trágicos.

 

Ahora bien, desde ese mismo lugar irreductible que nos entrega el texto de Elvira Hernández, quiero retomar el diálogo con la producción de Diana Bellessi, poniendo en relación Santiago waria con el poemario Jardín, que la poeta argentina publica en 1993. Se trata de un libro que, con sus propias características y énfasis, también da cuenta de los movimientos de un sujeto femenino contemporáneo, inserto en una colectividad que aun no se recupera de la devastación producida por la última dictadura. Un texto que se inserta en un espacio cultural donde se hace evidente el desencanto ante una democracia trunca, que, hacia el final del milenio, evolucionaría hacia una crisis que erosionaría hasta los huesos la idea de una comunidad integrada. Leído a la luz de esta trama, el poemario de Bellessi se recorta como una reflexión profunda en torno a los poderes reconstituyentes de una poesía que, anclada hondamente en su tiempo, no sólo no elude su condición postraumática sino que la asume como el punto de partida para contribuir, desde una estética y una ética, en la tarea colectiva de restituir voces y proyectos arbitrariamente suprimidos.

 

El texto procede desde el despliegue de una imagen, la de un jardín que exige arduas preocupaciones a su autora. Imagen que alegoriza, a través de esos cuidados, el proceso de recreación de un yo que tiene por sustento el rescate de una memoria individual, pero que es también social (Williams, 1980: 150-158), a través de un tránsito cuyos hitos están señalados en los títulos de las secciones del texto: Golpe de Estado, Estado de Derecho, Leyenda y «Un día antes de la revolución». Estas denominaciones, que sobreponen una nota referencial en un texto que, como unhortus conclusus, parece encerrado en sus propios límites, no sólo permiten refractar en él los condicionantes de la época en que es producido, sino que también permiten iluminar el modo en que se gesta y afirma una subjetividad-mujer que arrastra un lastre histórico de ilegitimidad intelectual, como bien ha sugerido Jorge Monteleone (2000). A través de esos hitos, sostiene Monteleone, el texto logra metaforizar el trayecto que va desde la «negación de garantías» impuesta sobre esa voz poética, a la búsqueda de modos expresivos propios, que oscilan entre el deseo de decirse y la amenaza permanente del vacío, hasta comprender que la prohibición de su palabra obedece a una circunstancia histórica y no a una condición esencial. Este proceso, por lo tanto, no deriva en la mudez de la hablante sino, por el contrario, en su expectativa de un advenimiento utópico – amoroso y revolucionario, a la vez -, que es significado en la escritura como el momento de la posesión del tiempo y la palabra.

 

Ese deseo de transformación y empoderamiento subjetivo es el que toma forma en el texto, materializándose en una figura matrística que emerge desde la voz de la hablante, y que es a la vez acogedora y deseante, y por eso mismo, filosóficamente anterior a la Ley del Padre. Esta figura, que se desentiende de la voluntad vacía de un poder que sólo se quiere igual a sí mismo y que, por ende, resulta anulatorio de lo otro, nos introduce, por lo tanto, en otro mundo de significados. Los que remiten, por una parte, a un anhelo de continuidad de la vida que se metaforiza en la proyección o disolución de la madre en sus hijos. Y por otro, a una praxis que procura la religazón de los vínculos humanos, lo que sólo sería pensable (y posible) a través del libre juego de las subjetividades y del reconocimiento mutuo, igualitario y amoroso de las diferencias.

 

Qué quiere el poder. Ni siquiera

al sujeto que lo tiene

Quiere

ser el instante completo

que abolió la duración

y la diferencia. Igual a sí

autónomo, eterno. La madre en cambio

desea

caminar por la pradera entre sus hijos

Aceptar la muerte y poner

su heredad en la diferencia. Sueña

y está hecho del detalle

Lo que hicimos juntos, lo no hecho

Se disuelve entre sus hijos

(Bellessi, 2009: 505-506)

Memorias de nueva generación: Roberta Iannamico y Alejandra del Río

 

En esta última parte del trabajo quisiera agregar algunas referencias a las voces que advienen al escenario poético del Cono Sur entre el finales del siglo XX y el inicio del presente, pues me parece central detenerse a observar cómo las generaciones más jóvenes se hacen cargo de la pesada herencia recibida, y cómo procesan estéticamente la relación entre la historia personal y la colectiva. Al respecto, y atendiendo a la situación argentina, Alicia Genovese (2003) señala que en la poesía producida a partir de los noventa, es frecuente encontrar remisiones a la violencia política de los años de la dictadura, desde una óptica que pone en juego una mirada muy poco complaciente, hasta impiadosa, sobre el mundo público, y también (y fundamentalmente) sobre el ámbito privado. Este último, un espacio que, lejos de aparecer como un lugar de resguardo, suele representarse como la caja de resonancia desde la cual la generación de los hijos de los militantes de los años setenta experimentó el horror que se desataba en el afuera. En este contexto, no puede extrañar la centralidad que en las nuevas generaciones poéticas cobra la recuperación de la memoria de la infancia, lo que debe comprenderse a la luz de ese proceso social mayor de búsquedas en torno a una reconfiguración identitaria en una época postraumática. Estas memorias emergentes, en opinión de Genovese, se trabajan desde múltiples lenguajes y modalidades expresivas; pero, sin embargo, suele predominar en ellas un ejercicio de hibridización entre el lenguaje poético y otros tipos de discurso que lo interfieren, particularmente los que provienen de los mass media, como el cine, el comic o la TV, lo que termina por cuestionar la condición cerrada o pura de la poesía.

 

Roberta Iannamico (1972), por ejemplo, se instala desde ese registro íntimo-doméstico al que hemos hecho referencia, conformando un mundo de escenas y juegos propios de la infancia (de rondas, películas y fiestas de cumpleaños) para resignificarlo como un espacio desde el cual es posible volver la mirada a una historia personal que inevitablemente aparece tocada por el contexto social. En el poema «Caracoles», incluido en la antología Niña bonita (2001), por ejemplo, la hablante recupera la figura de unas cebras aparecidas en un programa de televisión en blanco y negro (una ineludible marca epocal). Y, desde allí, ironiza sobre un mundo degradado e incomprensible en el que los tiempos aparecen confundidos pues, en el ayer como en el ahora (un presente que prolonga la impunidad de los crímenes cometidos hace más de treinta años), los malvados imponen su ley y conviven siniestramente con los inocentes.

 

 

todos sabemos

que una cebra tras las rejas

es una redundancia

así que hacen lo que se les canta

Hacen el mal sin mirar a cuál

atacan con fiereza

después brindan.

 

(Citado por Genovese, 2003)

 

En uno de los poemas de El collar de fideos (2001), por su parte, la voz poética se interioriza para dar espacio a una reflexión que aparece claramente marcada por la experiencia de género-sexual, a través de la cual se explora en los condicionamientos que afectan la conformación de la identidad femenina, desde una perspectiva que parece haber hecho propios los postulados de las pensadoras y poetas feministas argentinas de las décadas anteriores, desde Alfonsina Storni a las actuales. Instalada en esta vía, la palabra de la hablante transita desde lo individual a lo múltiple, desde un nosotras colectivo a un yo personal, moviéndose a través de un registro memorioso en el que emerge una visión descarnada del eje genealógico familiar que la ha constituido como sujeto. Así, adoptando una palabra irónica que se transforma en dura autoironía, la hablante denunciará aquellos gestos y acto que, encarnados en los cuerpos femeninos, como cuerpos sexuados e históricamente determinados, van operando el modelado de las distintas subjetividades a partir de la interiorización de una violencia simbólica, cotidiana y naturalizada, que estrecha o directamente anula la libertad y las opciones de las mujeres:

 

Todas nos empezamos a parecer a nuestras mamás

cuando pasa el tiempo

nos ponemos grandotas

percheronas

la mirada

más hermosa

como de alguien que puede

defenderse de todo

como de alguien que está enamorada de sí misma

 

[…]

 

Todas las madres

guardan la memoria de la primera

mi bisabuela se suicidó

cuando mi abuela tenía

siete años

-una traición de amor-

tomó el veneno y estrelló

la jarra contra la pared

delante de su hija

dicen que primero

se preparó

se pintó

se puso las alhajas

se peinó el pelo rubio

frente al espejo

sin dejar de mirarse

con ese gesto que repite

todos los días mi mamá

y que yo

estoy empezando

a repetir                 

(Poema incluido en Nachón, 2007: 145)

 

 

Volviendo la mirada al escenario chileno, es posible descubrir que varias de las ideas que sugería el trabajo de Genovese para la escena poética argentina, también se hacen presentes en este otro espacio nacional, el que, con sus particularidades históricas, también enfrenta los conflictos socio-simbólicos derivados de la búsqueda de una recomposición identitaria en tiempos postdictatoriales. En este contexto, no puede extrañar que en muchas escrituras de estas nuevas generaciones también resuenen los ecos de un pasado familiar que siempre aparece vinculado a una historia mayor: la del país y su carga de tragedia, dando lugar a la configuración de ciertas narrativas poéticas del yo que resultan procesadas desde una clave íntimo-privada. Por otra parte, y en conexión con la poesía de mujeres de los años ochenta, también es frecuente encontrar en muchos de estos textos, tanto de mujeres como de varones, una visión crítica acerca de los patrones culturales androcéntricos, los que fueron tan ampliamente explotados por el nacionalismo militar chileno. Al respecto, como señala el crítico Javier Bello (2010), ya en el marco de la transición, la articulación de esa mirada cuestionadora del androcentrismo también suele ser concomitante con la visibilización de distintos discursos acerca del cuerpo y la sexualidad, los que ponen de manifiesto el devenir de un deseo múltiple que no necesariamente discurre por los cauces demarcados por el patriarcado y la heteronormatividad.

 

Varios de los poemas que integran el libro material mente diario 1998-2008 (2009), de Alejandra del Río, son afines a las perspectivas que acabo de reseñar, tanto en lo que hace a la revisión de la propia infancia en clave política como a la inflexión de género-sexual que inevitablemente está imbricada con aquélla. En este marco, vale la pena retomar el comentario de la crítica Lorena Amaro, quien, refiriéndose al poemario, destaca el trayecto de retorno que marca la dinámica del texto. Al respecto, sostiene que, tras los extensos recorridos que despliega la hablante, desplazándose por un sinnúmero de tradiciones poéticas y ciudades lejanas, desde Berlín o Praga al Rangoon nerudiano y la mítica Sión, el gesto fundamental que deja asentado en el libro es el del regreso: «y regresa a sus lugares como animal herido para enunciar un poema agónico en el cuarto de la infancia», dice Amaro, para desde allí volver a salir y retornar herida (Amaro, 2009).

 

De este modo, la hablante insiste una y otra vez en la afirmación del retorno a un país cruel e irremediablemente perdido; un territorio al que, sin embargo, ella convoca con dejo amoroso desde la fidelidad a un cierto espacio originario donde parece haber radicado, precaria y dolorosamente, el inicio de un proceso creativo. Es ésa la invocación que queda explicitada en el poema «Simultánea y remota (Santiago de Chile, año 1980)», un texto donde ella produce esa vuelta simbólica, a la vez momentánea y eterna, al cronotopos de la infancia; una escena que la hablante reconstruye desde la mirada y la voz de una niña lúcida, y en absoluto inocente frente al entorno feroz que la rodea y al que percibe a punto de estallar. Es la voz de esa pequeña, entonces, la que nos interpela, haciéndonos saber que habita una casa cercada, no por monstruos imaginarios, sino por amenazas latentes y reales; una casa en la que este ser desamparado, que insiste obsesivamente en recordarnos que sólo tiene ocho años, no encuentra el anclaje vital que requiere su supervivencia. Inmersa en este ambiente persecutorio y emocionalmente frágil, sólo la escritura despuntará salvadora para ella, como también lo fue para su doble: la joven Ana Frank; escritura que toma forma en una poesía inicial que ella rememora desde la recuperación de una de esas preguntas nerudianas que impactaron su imaginación de niña triste: ¿por qué se suicidan las hojas cuando se sienten amarillas?

 

 

Tengo ocho años

vivo en una ciudad sitiada por el ojo carnicero

mi vida transcurre tras los armarios de Ana Frank

y cuando salgo a la escuela

noto miradas esquivas

 

[…]

 

Tengo ocho años

mis ocho años no tienen inocencia

en casa pregunto

 

Nada se me oculta

 

[…]

 

Tengo ocho años y un cisne

durmiendo el sueño mortal en mi hombro

insisto en hacerme una pregunta

¿por qué se suicidan las hojas

cuando se sienten amarillas?

(Del Río, 2009: 64-65; destacado en el texto)

 

Como decíamos al comienzo, la poesía producida en el Cono Sur en los años postdictatoriales, particularmente en lo que hace al territorio escritural de mujeres, no sólo opera como la plasmación estética de heridas y resistencias que, con tesón, regresan a la página para volver a ser nombradas. Por otra parte, esa poesía también debe ser pensada como un espacio textual donde es posible detectar una sostenida capacidad de resilencia, apuntando al intento por lograr una supervivencia personal y colectiva que merezca la pena ser vivida. Al respecto, es útil revisar otro poema de Alejandra del Río, que traduce cabalmente esta idea, y cuyo título echa mano de aquel concepto: «Resiliencia» (en material mente diario), para aludir precisamente a esa voluntad de sobrevida. La que, en este caso, es registrada desde la experiencia de una hablante, ya no niña sino adulta, que ha logrado sobreponerse a un riesgo extremo y que hoy puede recordar aquellos juegos con sus amiguitas del barrio, que se desarrollaban en medio de un escenario de muerte. En dichos juegos, las niñas solían encarnar proyectivamente a sus madres y mayores en unas historias de terror inventadas, donde pululaban huérfanos y se enterraban niños muertos. Sin embargo, en esas escenificaciones ellas también lograban implantar un cierto «reino de justicia», instalando una lógica distinta a la imperante, a partir de la cual era posible exorcizar aquellos demonios que las acosaban como consecuencia de vivir en contacto cotidiano con realidades inasimilables para esas subjetividades en formación. Y quizás sea la propia supervivencia de la hablante-adulta la prueba más fehaciente de la efectividad de aquellas estrategias de la [in]conciencia infantil.

 

 

Nunca jugábamos a ser madres

sólo en historias de terror

 

Abandonaban niños en la puerta de la casa

vivos y muertos

debíamos enterrarlos

formar un sindicato de huérfanos

implantar su reino de justicia

 

[…]

 

La muerte era nuestra niñera de día y de noche

bebía en el salón junto a los conspiradores

 

La muerte se sentaba a la cabecera

vigilaba compadecida su guadaña

se quedaba quieta

alcanzaba a rozar algunos rizos

algunos miembros prescindibles.

(Del Río, 2009: 62-63)

 

Breve coda

 

Historias como las que acabo de referir inevitablemente nos llevan a pensar, como alguna vez sugirió el crítico brasileño Antonio Cándido, que la poesía no sólo porta un alto valor estético sino que ella posee además un importante valor humanizador que es preciso destacar, en tanto brinda cauces para efectuar ejercicios sanadores a los cuales todas las personas debieran tener acceso. Como afirma Cándido, si parece imposible que alguien pueda mantener el equilibrio psíquico sin soñar, es probable que no pueda existir equilibrio social sin literatura, pues ella confirma al hombre en su humanidad, incluso en gran medida porque actúa de forma inconsciente. De este modo, junto con otras formas concientes de inculcación intencional, históricamente cada sociedad ha creado sus manifestaciones ficcionales, poéticas y dramáticas, las que siempre tienen relación con sus impulsos, creencias, normas y deseos. Pues la literatura no sólo confirma o niega, propone y denuncia, sino que provee a las personas de las herramientas y la posibilidad de experimentar dialécticamente los problemas (243).

 

De este modo, y como dejan en evidencia los relatos de las poetas que acabo de comentar, el juego libre con la imaginación y con los recuerdos, así como la autorreflexión que está involucrada en el ejercicio poético, quizás sea un modo posible e idóneo para lidiar con experiencias y emociones que suelen sobrepasar nuestros recursos de comprensión racional. Por esta vía también, es posible que la poesía, y más ampliamente toda literatura, pueda contribuir a estimular un proceso de resiliencia que nos devuelva, en tanto seres humanos, la capacidad de apertura hacia la complejidad del mundo y de los seres, haciéndonos más comprensivos frente a nosotros mismos, frente a nuestras propias trayectorias, y también frente a las de otros y otras.

 

Notas

(1) A partir de la proposición de H. Combariza, definimos resiliencia humana como la capacidad de u individuo o de un sistema social para vivir bien y desarrollarse positivamente, a pesar de las difíciles condiciones de vida y más aún, de salir fortalecidos y ser transformados por ellas. Al respecto, ver: Helena Combariza, «La resilencia. El oculto potencial del ser humano», enhttp://aiur.us.es/~kobukan/la_resilencia.htm [Consulta 1.03.2009].

 

(2) Jorge Monteleone, «La utopía del habla», en Cyberhumanitatis 24, primavera de 2002, enhttp://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D3621%2526SCID%253D3793%2526ISID%253D260,00.html[Consulta 12.11.2007]. 

 

(3) Al respecto, ver el reportaje realizado a Diana Bellesi por las poetas Alicia Genovese y María del Carmen Colombo (2002): «Del viaje sin limites a la profundidad del detalle (entrevista a Diana Bellessi)». http://www.cyberhumanitatis.uchile.cl/CDA/texto_sub_simple2/0,1257,PRID%253D3621%2526SCID%253D3792%2526ISID%253D260,00.html[Consulta 12.11.2007] 

 

(4) Para Mijaíl Bajtín (1996), el cronotopos o unidad cronotópica define la relación que vincula la representación estética con la realidad, apuntando a algo que va más allá de la simple fusión de espacio y  tiempo dentro del universo ficcional. Para Bajtín, el cronotopos es un verdadero núcleo de sentido que organiza los acontecimientos narrados, otorgándoles densidad semántica; ello, en tanto las definiciones del tiempo y el espacio en el arte y la literatura inevitablemente aparecen atravesadas por dimensiones valóricas y emocionales.

 

(5) Cfr.: Karem Pinto Carvacho, «Identidad nacional en Poema de Chile de Gabriela Mistral y La Bandera de Chile de Elvira Hernández», 2008. Tesis de Magíster en Literatura, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile [www.cybertesis.cl].

 

(6) Raquel Olea sostiene que si los libros de Elvira Hernández han fabricado a su autora, una escritora que ha preferido este nombre casi anónimo, incluso frente al más sonoro de Teresa Adriasola, en este texto Elvira parece dibujar a esa otra autora que emerge en el primer poema («Anda Sola Teresa vieja…»). Cfr.: Olea (1996, s/n).  

 

(7) Como afirma Magda Sepúlveda, el gesto de Elvira Hernández guarda relación con las caminantes que instalan otras poetas en la ciudad de la transición, entre ellas, Eugenia Brito, Malú Urriola, Carmen Berenguer y Marina Arrate. Agradezco a la autora por permitirme consultar su excelente estudio: «No hay calle que por bien no venga: mujeres y ciudad en la poesía chilena (1989-2006)» (manuscrito).   

 

 

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