Piñera, la Alianza y el pasado
La conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado significó algo más que un trago amargo para la centroderecha. La intensidad de la cobertura mediática y de su tenor fue dejando al oficialismo en una posición cada vez más incómoda, hasta el punto en que ahogó cualquier intento por ‘explicar’ o siquiera ‘contextualizar’ el 11 de septiembre y la consecuente dictadura militar. Así, entre los sucesivos perdones y autocríticas transversales se fue gestando un ánimo de derrota moral e histórica sin apelaciones, que paradójicamente vino a ser coronado por la ofensiva comunicacional del Presidente Piñera y su dura referencia a la ‘complicidad’ de su sector.
Más allá de cualquier intencionalidad posible, lo cierto es que este desmarque crítico de La Moneda dejó a Evelyn Matthei como la principal perjudicada, prisionera de un estado de ánimo colectivo que la centroizquierda supo agudizar y aprovechar en la perspectiva del escenario electoral ad portas.
En los hechos, el costo en términos de imagen pública ha sido enorme para la Alianza y su opción presidencial; el desgarro simbólico y ético instalado en el país dejó las debilitadas perspectivas de la centroderecha nuevamente en ascuas, forzada a un guión incómodo y poco creíble, y con las posibilidades de recomposición identitaria cada vez más febles.
En rigor, esta conmemoración del Once puso al oficialismo en un punto muerto, sentado otra vez por la historia en el banquillo de los acusados, y sin un diseño político para responder ante el ambiente de querella. La constatación de su orfandad moral reforzó la línea divisoria entre aquellos que buscan permanecer fieles a un legado cada día más indefendible, y los que insisten en la necesidad de romper de una vez por todas las complicidades ideológicas y emocionales con la ‘obra’ del régimen militar. Una controversia largamente postergada, que irrumpió ahora de manera aguda en el peor de los momentos: a dos meses de una elección presidencial y parlamentaria donde todos los pronósticos muestran un escenario muy cuesta arriba.
La encrucijada reabierta en la Alianza ha dejado, definitivamente, al descubierto los costos de no haber asumido a tiempo este desafío. Era evidente que este proceso debería asumirse tarde o temprano y que, inevitablemente, generaría costos políticos y fracturas internas. Pero al final, la ilusoria esperanza de la postergación permanente llevó a la derecha a estrellarse contra el muro; un muro impuesto en esta oportunidad no sólo por la capacidad de la izquierda y de los medios de mantener viva la llama del pasado, sino que por un Presidente de la República que decidió que éste era precisamente el momento y la circunstancia para provocar un quiebre definitivo en su sector y comenzar a reconstruir en la perspectiva del mediano y el largo plazo.
Sebastián Piñera fue, al final del día, el gran ganador de la jornada. Fiel a sus convicciones de siempre y quizás con la certidumbre de que la elección igual está perdida, apostó todo su capital político a la tarea de realizar ahora aquello que su sector prefirió esquivar por 23 años. Se jugó su carta más audaz y significativa en el momento más difícil e instaló un escenario en el que, a partir de marzo, puede empezar a cosechar los beneficios. La Alianza por Chile se mira hoy a sí misma en el espejo de sus cuentas pendientes, pero tiene en el único liderazgo que seguramente sobrevivirá a lo que se avecina, a quien sin manchas ni ‘complicidades pasivas’ en los horrores pretéritos, decidió al fin que la espera ha terminado.